Desde que tome en serio el compromiso de seguir a Dios, todo
empezó a tener sentido en mi vida: Las pruebas, la falta de fe, recurrir al
tarot, al reiki, el miedo, la angustia. Todo fue más claro cuando decidí
retomar el camino correcto: Dios.
Seguro muchos de mis amigos me dirán que la Iglesia Católica
es anticuada, caduca y llena de errores. Yo a esos amigos les digo con el mayor
amor: “Sí, mi Iglesia es formada por hombres imperfectos, pero quien no haya
pecado que tiré la primera piedra” Y seguramente mis amigos no católicas harán
una mueca y me condenarán. Yo no les pido que me crean, solo les pido que no
metan en un mismo saco a todos los católicos. Algunos se equivocan, pierden el
camino. ¿Y a caso los profesionales no se equivocan? Solo que ellos no salen en
titulares, pero si es un sacerdote, es noticia de primera plana.
Ahora con más libertad y amor puedo decir que soy Católica,
que he decidido comprometerme con Dios, llevar la Buena Nueva de Dios, ¿Por qué
es la verdad, la única verdad? Dios nos ama con nuestras imperfecciones y
siempre está a nuestro lado. Por eso Jesús sufrió en la cruz, un martirio
desgarrador y resucitó, cumplió su promesa. Y él nos dice en la Palabra: Yo
estaré con ustedes hasta el final de los tiempos, les conviene que me vaya par
que venga el Paráclito, él Espíritu de Dios, quien les dará fortaleza”.
Hoy la Iglesia celebra este acontecimiento, los discípulos tenían
miedo y estaban encerrados, María Santísima estaba con ellos. Y cuando llegó el
Espíritu Santo, el miedo se esfumo y salieron valientes a proclamar la Buena
Nueva de Dios. Hoy pidamos con todo el corazón que el Espíritu Santo derrame
sobre nosotros sus dones para que seamos luz para el mundo, para que por
nuestra causa no juzguen a Dios. Busquemos agradar a Dios, aunque eso
signifique renunciar a ciertos placeres.
No es un camino fácil pero la recompensa es maravillosa: una
vida eterna con Dios. Que tal regalo. Yo me siento agradecida porque mi vida
espiritual se esta fortaleciendo, he aprendido a abandonarme en Dios, y aunque
me sigue costando mucho confiar, lo hago.
Anoche en la Vigilia por Pentecostés que se vivió en mi
parroquia San Pío X, me sentí reconfortada por la presencia de Jesús
Sacramentado, feliz porque por primera vez entiendo el significado de Pentecostés,
porque Dios está conduciendo mi vida y siento su acción en ella fuertemente.
Estoy feliz porque me hace perseverar en el grupo del Rosario de los lunes y
los miércoles con mi Comunidad San Pablo, Dios nos ha preparado para este
camino y sé que él nos irá diciendo que debemos ir haciendo, guiando cada uno de
nuestros paso. ¡Feliz Pentecostés a todos!
Comparto con ustedes la reflexión de Mons. Josep
Àngel SAIZ i Meneses Obispo de Terrassa (Barcelona, España) sobre la
solemnidad de hoy:
Hoy, en el día de
Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a
los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de
Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con
manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.
El Espíritu que Jesús comunica crea en el discípulo una nueva condición humana y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.
El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.
El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.
El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.
El Espíritu que Jesús comunica crea en el discípulo una nueva condición humana y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.
El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.
El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.
El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.
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