miércoles, 12 de mayo de 2010

Tarapoto:Tierra de mi abue



La ciudad de las mototaxis y chicas en moto

Una de las cosas que más me ha impresionado de Tarapoto es la cantidad, yo diría miles de mototaxis que existen. Hoy que caminé hacia el local de Telefónica, sentí como si ellas me perseguían, trataba de cruzar de una esquina a otra y allí estaban ellas pasando velozmente sin desacelerar, como seres vivientes. Después de andar en una camioneta de TDP por un día y medio de un lado a otro, de peaton las mototaxis me parecían feroces animales selváticos dispuestos a devorarme o al menos herirme.
Al bajar del avión el fuerte olor a madera penetró mi nariz y les juro que sentía que me asfixiaba, mis pulmones acostumbrados a la contaminación de Lima, se resistían a recibir el oxígeno libre de polución. Al llegar a la puerta de vidrio que separa la pista de aterrizaje del salón de maletas, vino a mi mente como una vibración eléctrica el recuerdo de infancia: Yo abrazada de mi bambi parada frente a esa puerta con mis primos Rolo, Paul, mi abuelito y mi mami. Sé que tengo esa foto en casa, tomé una foto pero sin mí como protagonista y claro sin bambi. No sé si esta noche tenga opción de tomarme una foto. ¡Veremos!

El verdor de Tarapoto ha dejado en mí un grato sabor a selva en mi boca, en mi mente historias imaginarias en donde mi abuelito Lucho camina por las mismas veredas que yo. Lo imaginó caminando con su andar lento, levantando la vista cada cierto tiempo, pensando en sus años idos. O quizás comprando en el mercado donde yo compré cecina. Sólo me queda imaginármelo, crear historias porque no tengo ninguna historia contada por él, nunca me preocupe por preguntarle como era su vida en esta ciudad donde subes y subes, las veces que él llamaba a casa siempre era la misma conversación: “Hola hijito, esta tu mamita. ¿Cómo están tus hermanitos?”, mi abuelito me hablaba como si yo fuera masculino, nunca lo corregí porque pensé que era mejor así. Y cuando estuvo en Lima su mente ya no lograba atar los recuerdos, a penas si me reconocía. Ahora que lo pienso es bien triste haberlo tenido en Lima casi dos años y no haber logrado crear un vínculo con él. Recuerdo con tristeza la última vez que lo vi: Él disfrutaba la mazamorra morada que le daba de comer, sus ojos grandes al mirar a mamá. Yo limpiándole la nariz, mami hablando con amor a su papito. Y su despedida: ¡Vayan nomás, estoy bien! Lo dejamos sentadito en su cama, yo no aguante y regrese para darle una última mirada, darle un beso y decirle que lo quería mucho. Tal vez porque siempre que lo iba a ver, sentía que era la última vez que lo veía. Y ese lunes fue el último día que lo vimos, el miércoles de esa semana se fue para no volver.

Y ahora estoy en su tierra, en sus dominios. He pasado por el distrito de Morales, ahí vivió mi abuelito por más de 20 años, tenía su casita, mis tíos y mi mami decidieron vender la casa. La niña que él crió recibió el dinero y nunca más supimos de ella. Y ella le decía papá, ahora la recuerdo con amargura, porque mi abuelito le dio todo lo que a mi mamá no le dio, para ella pedía dinero a mis tíos, por ella dejo de comer muchas veces porque la pobre no le iba bien en su matrimonio. ¿Se imaginan el dolor de mi mamá? Y sé que ella también se sentía relegada. Por eso admiro a mi mami que logró superar ese rencor de niña y en los meses que pudo gozar de su papá fue la hija amorosa que tanto hubiera deseado ser de niña, de adolescente, de adulta y la vida le estaba dando la oportunidad a ella y a él de reencontrarse como padre e hija, aunque la memoria de él le impidiera recordarla, pero mi abuelito Lucho siempre la recibía con esa enorme sonrisa que yo recuerdo con amor y que ahora, en este cuarto de hotel me hace llorar. Quizás he sido muy dura conmigo misma por no amar a mi abuelito Lucho como amé a mi abue Moisés. Por eso este viaje de trabajo me ha reconciliado con sus recuerdos, con su alma y me voy feliz porque recorrí sus calles, respire el mismo aire que respiro mi abue Lucho, hablé de él con todos mis compañeros de trabajo, quizás en un intento de crear recuerdos en esta su tierra bendita.

Estoy sentado al lado de la piscina, una vez más no puedo meterme buuu!!! Pero es bueno porue me ha permitido conectarme con el trabajo y con los informes. Hoy no me libre de quejas, ayer tampoco, ahora que lo pienso jaja!!! Pero sé que se solucionaron. He pensando mucho en lo que TDP da a esta tierra bendita y es bueno saber que hay personas que se rajan por el Perú a través de su trabajo llevando telecomunicaciones. Definitivamente me siento orgullosa de trabajar para Telefónica, no debo quedarme en las frustraciones que puede producir el día a día, debo mirar el largo plazo, el impacto que tienen las telecomunicaciones en el desarrollo del Perú.
Cuando viajaba camino a Lamas o la catarata de Aguashiyaco la pista completamente terminada las bosques verdes a los lados de la carretera, el olor a madera y las mariposas que cruzaban a la camioneta en la que viajaba, me di cuenta de lo importante que es tener vías de acceso a pueblos alejados y como Telefónica contribuye al crecimiento de nuestro país, pero mucho más gratificante es encontrar autoridades comprometidas con su gente y con su ecosistema, confió en que sus ideas encuentren eco en las autoridades limeñas. Debe ser un derecho de los pueblos contar con telecomunicaciones, con la posibilidad de conectarse al mundo y crecer, crecer.
Me voy agradecida por este viaje de trabajo que me ha devuelto la confianza en la gente, en la sinceridad de las autoridades y sobre todo la fe en mí misma.
V.C.
32 años
7:13 pm

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