domingo, 9 de diciembre de 2007

Latidos silenciosos


Te observo en silencio, ni siquiera percibes mi presencia... Hace muchos años que te sigo en silencio, te miro de lejos esperando no me descubras,
llevada por la impaciencia de este amor no correspondido,
me atrevo a escribirte estas líneas, sin la menor esperanza de que te fijes en mí.

Observo como te ries en medio de un grupo de amigos,
intentó pasar desapercibida, pero me descubres, te acercas, me saludas, te sientas en mi mesa y conversas con la mayor naturalidad del tiempo que no nos vemos... Intento no ponerme roja, creo que ya me descubriste. Tus ojos parecen dos gotas de miel, cristalinas y llenas de vida, te miro, sonrio y no sé que decirte. La aparente seguridad que he ganado en estos meses, se va al diablo cuando te veo, cuando me hablas, cuando sé que esa mirada no es para mí.

Esa noche fue la mejor de mi vida, te olvidaste de tus amigos y te quedaste en mi mesa, conversando de todo, de lo que ahora escribes, de tu proyecto literario, me hablas de la revista cultural que sueñas editar y sólo te miro y ya no puedo evitar sonrojarme, te ries y me preguntas: ¡¿ey Vane por qué estas roja?! me rio e intento evadir la respuesta, tú tomas mi mano, la aprietas fuerte, la llevas hacia tu rostro y la acaricias, creí que estaba soñando, ante mi cara de sorpresa, me dices: Pequeña, acaso no te has dado cuenta que me muero por ti, que no hago otra cosa que pensar en ti, desde aquella vez que tropezamos en Crisol, tú buscando un libro de Sábato y yo otro de Borges... Más que sorprendida, no puedo decirte nada... Un segundo después, recibí el beso más dulce de estos meses.

Y hoy estoy en la encrucijada de seguir con este sueño o despertar porque prefiero seguir mirandote de lejos.