martes, 26 de febrero de 2008

Recuerdos infantiles







Para mí la familia es muy importante, aunque a veces no parezca. Aunque este cansada siempre intento compartir con ellos. Má cuando llegan de visita a Perú. Es maravilloso descubrir que los lazos que se crearon durante la infancia no se pierden a pesar de la distancia. Ese sentimiento de familia, aflora cada vez que podemos compartir. La última visita de mis primos Leo y su novia Yisel reafirma esa certeza: A pesar de la distancia y la poca comunicación, el cariño siempre esta presente.

Cuando veo a mis primos, es extraño verlos conversar de temas serios, atrás quedaron las conversaciones sobre Súper Nintendo, fiesta en la casa barco, quinceañeros y reuniones cumpleañeras. Extraño a mis primos Andrea, Leo y Lizet, con los que crecí, y a los que veo cada dos años o tres.

A Liz la última vez que la vi fue en el 2004, sé que esta bien, pero como extraño la cotidianidad de las mañanas: despeinadas, en pijama tomando desayuno a las 8 am porque Abuelito desayunaba temprano. Como extraño los veranos en la piscina de Andrea y Leo, comiendo adoquines de fruta o chups comprados frente al block 21, como extraño las palomilladas de Leo y compañía. Como extraño ver a mi hermano Javier jugando con su pelota amarilla de fútbol, como extraño verlo en la cocina preparando sus paqueques sobre una banquita, como extraño su sonrisa de niño curioso, que hoy la ha cambiado por una mueca disconforme.

Como extraño a mi hermana Mirtha columpiandose en el jardín de Andrea y Leo, en ese columpio rojo que aguanto tanto subidas y bajadas. Extraño a Andrea cuando no tengo a quien contarle que tuve un sueño maravilloso, mi primita siempre escuchaba atenta todo lo que yo le contaba. Como extraño a Leo, el robacámaras y su travieso andar, como extraño a Vanessita calladita, que jugaba a las muñecas entre cajas de zapatos, para ella era la casa de la barbie que nunca llego.

Como extraño esos momentos de infancia que no supe aprovechar, que la madurez que tuvimos que asumir cada mañana a las 5:30 am para salir de casa y hacer una larga colas para llevar pan a casa, desconfiar de las personas en nuestro camino del colegio a la casa, disfrutar de las fiestas sólo hasta las 9 de la noche porque sino, el toque de queda amenzaba con llevarnos o peor aún quizás el apagon nos tocaba en pleno baile de Jerry Rivera.

Y a pesar de todo, extraño los apagones, que nos unía alrededor de la mesa con abuelito, a mis padres, hermanos, tía Olga cuando estaba en Perú y fluían las historias del abue en la selva, en sus tiempos de marinero y tomabamos leche a la luz de una vela blanca. Y aunque suene extraño, esos momentos de necesidad los extraño. Hoy que mi familia vive a ritmo acelerado, me pregunto si es posible repetir esos momentos a la luz de la vela de apagón, para escucharnos, para mirarnos pero sobre todo para sentir que somos capaces de ser familia a pesar de nuestras diferencias.

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